Amantes RubiMosch
2012
El frio era intenso. La claridad del cielo abrumadora. Las
nubes veloces y muy cristalinas.
El espíritu del aire las empujo desarmándolas y cambiándoles
las formas, jugueteando
infantilmente. Recorrió la zona subiendo y bajando
abruptamente, remolineando por aquí y por
allá. Era libre feliz y amaba a todo el mundo. Los
acariciaba, les daba vida y los hacía vibrar. Su
energía era vital.
Descendió en el valle, donde el lago era más verdoso que los
arboles, las gacelas saltaban alto
chocando entre sí,
jugando con el aire liviano y frío.
Los leones se estiraban al sol retozando junto a sus crías.
Los pájaros mojaban sus picos y se
elevaban dejando caer
una llovizna que por sí misma formaba un excelente arco iris.
El festivo espíritu jugueteo un poco con cada uno de ellos y
remolineo en tierra firme levantando
un poco de polvo.
Sintió una sensación perfecta maravillosa, demasiado agradable, llena de
seguridad; se demoró un poco más, la tierra le devolvió su
amor con olores agradables y texturas
desconocidas; se mezclaron, se entrecruzaron y parecían uno
solo, jugaron hasta el cansancio.
Acordaron seguir juntos, realizando distintas formas y
sombras sobre el agua y los añosos arboles.
Asustaron a varios animalitos, se entretuvieron cerca de las
nubes, cayeron raudos y volvieron a
elevarse perdiéndose en el éter, así hasta que el sol
comenzó a ocultarse.
Jugaron con agua y formaron pegajoso lodo; el aire secó al
barro, volviéndose su amada tierra y
agua; y juntaron hojas desparramándolas luego tantas veces
como se les antojó agotando la sabia
paciencia de los sauces del lugar.
Recorrieron juntos todo el valle, se estrujaron y se
conocieron hasta extenuarse.
Prometieron no separarse nunca más.
Dicen los lugareños que en ese valle se ven muchos remolinos
de aire y polvo jugando por doquier,