La Vida
Es un día especial,
como todos, lluvioso, como algunos.
Se refrescó el
ambiente, ese aire pesado y pegajoso del verano, Enero del 90.
Uno se siente pesado
, decaído, atado de pies y manos, con esa presión sobre la mollera, que no le
permite, moverse, pensar y ni siquiera gesticular palabra alguna, como aquel
hombrecito, que la noche de su décimo aniversario de casado, engañó a su
esposa, con esa prostituta, obesa, llena a rebalsar, de grasa y problemas y
solo hablaba de : Sus posibles e ilusorios machos, llenos de guita, pero, la
esquivaban por pudor y además ella no era puta, lo hacía por el hijo que tuvo
de soltera, de aquél guacho que, le hizo el verso, fugándose con la guita
ahorrada trabajando de casa en casa, sumándole algunas propinas de esos
patrones bondadosos y libidinosos, siempre en su postura asumida de “fue por
necesidad “.Estaba contenta, ella sabía que él volvería al quemársele toda la
guita y como lo amaba y era el hombre de su vida, lo aceptaría y bancaria con
la guita que ganaba en el burdel.
A medida que
transcurre el tiempo, aquel hombrecito farandulero, se siente más
insignificante, sucio, ultrajado, arrepentido y deseoso de revelar su aventura,
a su amada, adorada y relegada mujer, como para sacarse de encima, las
ligaduras y pesadez, o ¿¡ El remordimiento!?
Entonces, una lluvia
como ésta, colabora para levantar el ánimo, sacar el verdadero espíritu
luchador, activo; intenta uno mojarse con esa lluvia, fina y fría, como para
lavarse pecados y fechorías; quitarse esa baba pegajosa que nos envuelve,
acumulada día a día, dado los seres que nos rodean, en el trabajo, la radio,
televisión, el almacén, jardín de infantes de los chicos, el milico que nos
quiere cobrar la multa, el cuidador de la cochera, los impuestos, el agua de la
cuneta, y muchas cosas más; todo esto ¡ culpa del gobierno!
Ese gobierno, que
cambia de nombre y camiseta, pero no de director técnico, entonces debemos
hacer siempre las mismas gambetas, para llegar a fin de mes, las mismas
combinaciones para llegar de un laburo a otro, o incrementar los ingresos
económicos. Los mismos piques a ningún lado, los toques hacia un costado de la
cultura, y nosotros seguimos siempre, con la pelota en los pies, pensando que
hacer, a quien tocársela evitando la responsabilidad de avanzar, si la tiramos
afuera, o a la tribuna que nos chifla, como parando el juego, porque llueve, y
esa lluvia fría y fina que nos moja los huesos, hace cada ves más pesada la
pelota, no rebota, no nos permite caminar, avanzar.
Nuestra mente,
ocupada en la próxima jugada, no permite desviar la vista hacia el banco, donde
el DT brinda con champaña, acompañado por ilustres señores y dulces señoritas,
que lo acicalan y le sonríen, todas de algodón; mientras, nuestra pelota
aumenta su peso, el césped se convierte en ripio, nuestros compañeros de
equipo, no aparecen, no existen; el arco contrario cada ves más lejos; y esos…
nuestros contrarios, once tipos que nos faltan sortear y vencer. Vencer para
llegar, airosos, contentos, con más peso sobre los hombros, por el esfuerzo
realizado; tan solo nos quedará fuerzas para levantar la copa diciendo: Un año
más… ¡Feliz año nuevo!
Así, jugaremos
setenta, ochenta, o tal vez noventa partidos - ¡Ojala! – tratando de no hacer
full, para que no nos expulsen antes de tiempo, y aquél que lo logre y juegue
su último partido, pasados los ochenta, solo atinará a mirar hacia atrás, como
queriendo jugar nuevamente en inferiores; también verá, como aquel gallo de
riña, negro brilloso de sudor, babeante de alegría, triunfante, agite sus alas,
mostrando su espolón rojo, en señal de expulsión; truncándole, tal vez, el
mejor partido dada su experiencia y su paz espiritual.
Ante todo y a pesar
de todo, casi ronco, se le escuchará murmurar, con una mueca irónica
¡ Gracias Dios mío…!
Rubi Mosch 17/01/90